Placer hecho persona
Tu cuerpo y el mío ahora son uno. La espera fue larga, pero nada que ver con la guerra combatida. Ambos estamos siendo carcomidos por el placer y la curiosidad por conocer la anatomía del otro.
No debí abandonar mis atavíos, ni tú debiste alentarme a hacerlo, pero el éxtasis que recorre nuestras venas nos impide pensar en otra cosa. Aún con todo esto ¿cómo podría evitar esta situación? Tu cuerpo no se cansaba de invitarme a conocerlo más a fondo, y al mío no le desagradó la idea.
Y ahora nos encontramos aquí: tú, yo y el morbo, esa espeluznante cuchilla de doble filo; rodeados por unas dunas en miniatura hechas de poliéster, y dos montañas muy suaves hechas de tereftalato de polietileno; Tu primer movimiento, el que prometió ser de los mejores, fue sacar tu lengua de su sitio, y destinarla a un lugar nuevo, tanto para ella como para ti. Yo exhalé de la satisfacción y te animé a continuar con tu labor, ambos con el objetivo de llegar a mi límite. Objetivo cumplido.
Ya entrados en el momento, ninguno deseaba parar, y no lo hicimos. Pulsé el interruptor, y una luz similar a la que desprende la estrella madre de todos los planetas se desvaneció. Seguido a eso, nos dirigimos al mueble que nos acompaña en cada sueño, y continuamos pecando.
Antes que nada, fue un acto grosero por mi parte no haberte devuelto el favor, así que bajé mi rostro y te ayudé a llegar a tan ansiado placer. Proseguimos con el acto.
Segundos posteriores, ambos quedamos cara a cara, donde me confesaste tu deseo por conocer tu propio sabor, así que te adueñaste de mi lengua y ahí comenzó una guerra en mucho menor medida que la primera que libré.
Tu deseo por verme entrar estaba a nada de desbordar el vaso donde depositamos nuestro deseo en forma líquida, por tanto, cumplí la fantasía de ambos, haciendo que los escalofríos comenzasen un maratón por el órgano más grande del humano.
Habíamos planeado esto por siete meses, pero jamás nos idealizamos qué hacer cuando el momento estuviera frente a nosotros, señalando con su mano izquierda hacia una puerta que ansiabamos por recorrer; así que nos quedamos en blanco por cuatro segundos, y hubiera llegado a la decena si no fuera por ti, que exhalaste un aire repleto de lujuria, devolviéndome del limbo y motivándome a seguir.
Si pudiera definir los sentimientos que habitan dentro de mí, lo primero que diría para describirlos sería compararlos entre lo que sientes al montar en una atracción veloz: temor, adrenalina y emoción. La única diferencia entre ambas situaciones se encuentra en el hecho de que en la primera de estas la excitación no tiene un papel protagónico.
No tuvimos miedo en ocultar qué tan agitados nos encontrábamos, obviando lo mucho que disfrutamos movernos en lo que parecía ser una nube. Pasamos dieciocho años de vida teniendo presente la teoría que rodeaba este tema, y ahora que conocemos la práctica nos sentimos realizados, como personas nuevas, me atrevería a decir; pero todo, incluso lo bueno, debe llegar a su fin.
Anunciamos casi al unísono nuestro aproximamiento al clímax, así que dediqué ese medio minuto restante en destinar toda mi potencia en la cadera, y mientras los gemidos crecían en decibeles, sabíamos que sería la mejor noche de nuestras vidas, quizá la emoción que impregnamos en toda la habitación nos nubló el juicio.
Terminamos exhaustos en la cama, y comenzamos a reflexionar. Me preguntaste si lo que hicimos está bien… Guardé el silencio por casi un minuto en busca de respuestas. Al notar mi nula emisión de sonido, se mofó de ello, replicando que no estaba tan callado minutos atrás.
Volvió a interrogar: «¿Volveremos al mismo sitio dentro de dos semanas?», «No sé» respondí.